Domingo 2 de marzo de 2014, por Cronopio
En aquellos años vivíamos en la Población Cemento Melón, en La Calera. La primera vez que la vida nos alejó yo tenía nueve años. Volví a casa dos años después. Nos reencontramos como si nada e incluso anduvimos juntos haciendo unos negocios a escondidas del bueno de Reinaldo que, amorosamente machista, no comprendía que su mujer quisiera ganarse unos pesos con su propio esfuerzo. Entonces, sin que él supiera, yo partía a Valparaíso a « entregar chilenitos » made in La Calera a dos o tres clientes que los compraban a un precio que dejaba una pequeña ganancia. Una pequeña ganancia que yo trataba de aumentar viajando “de pavo” en el tren. Yo feliz, con lo que me gusta viajar. Y para qué decir el sabor especial de esa complicidad con mi amiga Gladys.
Estuvimos juntos hasta 1965, cuando ella tenia 34 años. Esta vez me fui a Valparaíso. A vivir y trabajar con su hermano Sergio en una Fuente de Soda del Cerro Los Placeres. Desde donde, contrariando la canción, no me fui al Barón sino a Concepción, a estudiar a la Universidad. Pese a la distancia, la complicidad continuó. Una vez que me fue a ver a Conce partimos juntos a un concierto de Adamo. Un práctica –ir a un concierto – que hasta entonces no hacía parte ni de su vida ni de la mía. Lo pasamos “del uno” cantando a grito pelado en el estadio de Collao …“Un mechón de tus cabellos”, “Mis manos en tu cintura”, “la Noche”…
En esa misma época, ella “militaba” activamente en los Centros de Madre caleranos y una vez armamos juntos en la sede de la unión comunal, una proyección de documentales que yo llevé de Concepción junto con un pesadísimo proyector de 16 mm. Era muy entretenido armar ese tipo de "carretes" con mi amiga Gladys…
Después vino el golpe y mis quince años de exilio durante los cuales pudimos volver a vernos cuando vino a París con su Reinaldo. Fue un viaje de dulce y de agraz en el que, entre las cosas buenas que pasaron, volvió a trabajar, a ganarse sus pesitos, a demostrar y a demostrarse que se la podía no solo para ser esposa, madre y abuela sino también una persona productiva, creativa, sociable.
En el año 1988, me sorprendió, aunque a medias, con unas declaraciones que le hizo a una periodista que le preguntaba si quería que yo volviera a Chile: aunque sonara raro, ella dijo que no, que prefería que me quedara en Francia porque “aquí pasan tantas cosas que prefiero estar tranquila sabiendo que está bien aunque me da una gran tristeza que esté lejos”. Porque así es mi amiga Gladys. Generosa, dispuesta a sacrificarse por los que quiere.
Cuando, pese a sus temores, volví a Chile en 1989, volvimos a estar cerca aunque nunca tanto como ambos lo hubiéramos querido. Pero ambos sentíamos que la complicidad de siempre estaba viva, aunque no siempre hubiera tiempo y condiciones para vivirla, compartirla y gozarla juntos.
Cuando a comienzos de los 2000 el “pidulle” existencial y patiperro me volvió a atacar y decidí volver a Francia, no poder estar cerca de mi amiga Gladys fue una de las grandes renuncias. Afortunadamente, pudo venir a vernos con su adorado Reinaldo y en un entorno que esta vez nos fue favorable, conversamos, nos reímos, nos contamos secretos, salimos de dudas, cantamos, lloramos, paseamos…
Volvimos a vernos (y a cantar y a conversar y a copuchar) en Calera, en el año 2011, cuando una tribu numerosa y diversa se juntó para desearle Felices 80 y cantarle el Vals de la Embruquita (para los que no lo saben, Embruquita es el apodo que le dio su hermano Sergio, el de la Fuente de Soda del cerro Los Placeres).
Desde ese día no nos hemos vuelto a ver en vivo en y directo. Hablamos mucho por teléfono, por Skype, por mail y por cuanto artefacto se ha inventado para acercar a quienes la vida obliga a quererse a la distancia.
Por eso en este día en que la Embruquita cumple 83 años y (pa’ variar!) no estoy a su lado para abrazarla, no podía dejar de decirle, en privado y en público, todo lo que la quiero.
Junto con decirle que me llena infinitamente de orgullo tener una madre como...mi amiga Gladys.